martes, 14 de julio de 2009

el noctámbulo

Taciturno le decían algunos, aún cuando alguien se acordaba de él. Hace tiempo que eso ya no sucede y el taciturno se convirtió directamente en un noctámbulo.
Hace tiempo que ya era invisible a los sentidos ajenos. Su rutina diaria lo hacía simplemente deambular. Vestía casi siempre de harapos pero no eran necesariamente las ropas que él pretendía usar. Mientras caminaba trataba de acordarse de tiempos mejores, de luces blancas sin artificios, pero nunca lo lograba. Un largo sobretodo de color rutina, le tapaba el cuerpo y una extensa barba hacía de tintas por sobre su cara la cuál hacía tiempo que no veía. Sus afectos eran pocos y andaban guardados, en los mismísimos bolsillos de su largo sobretodo. Siempre eran los mismos, nunca uno de más y se aseguraba que nunca hubiera uno de menos. Un vaso largo y fino, un filo, de lo que alguna vez fue un cuchillo, que hacía las veces del mismo, un pañuelo y una especie de tesoro escondido, el cuál llevaba en uno de los bolsillos interiores de sobretodo, una especie de hilo, de tansa, algo que no recordaba qué era, pero estaba completamente seguro que era un preciado tesoro de su vida.
Los días eran extraños, con el tiempo la luz radiante empezó a ser molesta para él y sus ojos de grandes pupilas acostumbradas a oscuridad. Sobraba las noches vagando calle tras calle, y la próxima era notoriamente igual a la anterior, si no lo era. Se abrigaba con cartones viejos que encontraba en alguna esquina y separaba las ropas del frío en invierno con alguna revista pasada de moda. Su edad ya no la sabía. Así noche tras noche el noctámbulo, salía. Alimentar se alimentaba. Encontraba de vez en cuando viejos platos que sabían a vaya a saber Dios que cosa. Le encantaba robarles el pan a atolondradas palomas que se juntaban cerca de las esquinas o en las plazas. Por días, a veces, ese era su único sustento. Había cosas que el noctámbulo sabía, por ejemplo, a que hora se ponía el sol cada día y a que hora salía la Luna . Sabía que lugares frecuentar, y por que recónditos escondites no pasar nunca pues sabía de los peligros que pueden acechar de noche en la cuantiosa ciudad. Pero el noctámbulo negaba cosas esenciales. Pero había otras cosas que ignoraba, o a lo mejor, que solamente se había olvidado. Se había olvidado de cómo afeitarse, como cortarse las uñas o como comer con cuchillo y tenedor y el nombre de Dios le parecía abstracto a su vida.
Atolondrado por las tardes, el noctámbulo, deambulaba.
Ella apareció. Alguna noche de no hace tanto. Cuando él se tiró a descansar una noche después de un arduo día de rutina. Acostado sobre una pared de suciedad corroída se bandeó para la derecha y cerró los ojos. Pero algo no le dejó cerrarlos por completo. Algo lo llamaba, atraía. Algo que venía desde la calle de dónde él se encontraba a escasos treinta metros aproximadamente. Dejó a su compañera aliada tirada en el callejón, se reincorporó como pudo y caminó, tambaleante, los treinta metros que lo separaban de la calle. El noctámbulo quedó perplejo. Una mujer infinita caminaba como despotricando por el medio de la calle. Notó una particular brillantez alrededor de su figura. Con la boca, reseca pero aún abierta se adentró en la calle para conocerla mejor. Ella caminaba con un paso tan ligero que parecía volar y notó algo que le llamó aún más la atención. Caminaba como si viera y los notables obstáculos callejeros no fueran algún problema para ella, sin embargo, sus ojos estaban cerrados, cual durmiente alguno en la hora del descanso.
El noctámbulo se paró repetidas veces frente a ella, pero sólo conseguía que ella girara un poco su cuerpo y lo esquivara cual automóvil esquiva al peatón. No dejado de su asombro el noctámbulo la vio alejarse y al doblar la esquina la perdió.
Supuso por un instante que su botella amiga le había jugado una mala pasada y se tentó en dejarla, al menos por un instante pues al volver al callejón la buscó atentamente hasta que dio con ella y se la llevó a la boca dando así un buen beso a la compañera nocturna.
De mañana despertó atento pero raro. La rara sensación nocturna se había ido y quedaba la no-sensación de siempre. Aliviado se sentía por eso. Supuso entonces que todo lo vivido la noche anterior había sido solo un sueño. Se sintió a gusto sabiendo que podía soñar aún, pues no lo había hecho en tanto tiempo que ya ni se acordaba de si alguna vez hubo soñado algo.
El día se hizo rutina, como casi siempre. Extrajo diarios de bolsas y bolsas de diarios. Pasó tranquilo y desapercibido por al menos diez calles circundantes.
El sol bajó, como casi siempre lo hacía y el noctámbulo una vez más le hizo honor a su nombre. Pasaron días, pero pasaron más noches. Hasta que se fue olvidando de su raro sueño y su rara sensación nocturna. Una noche de luna llena mientras besaba a su octava compañera nocturna, envuelta en vestidos marrones, el noctámbulo despertó con la rara sensación que ahora se acordaba, era la misma de esa noche. Recostado sobre su hombro derecho y envuelto en diarios sintió un resplandor que lo asolaba desde la calle. Azorado, se levantó dejando a su compañera de lado, caminó dando tumbos mientras las paredes lo sostenían en su estado, hasta la calle. Una vez más la vio.
Pensó por un momento que era un terrible error, que una mujer de tal belleza se habría escapado de algún lugar y ahora vagaba por las calles de noche. Supuso eso. ¿Qué maniobra ágil y rara del destino había hecho que tal belleza fuera admirada por él? ¡Por él! Que pasaba los días inadvertido y las noches en soledad. No lo pensó mucho pues ella caminaba con un paso tan ligero que parecía volar y se había alejado ya un poco de su posición. Nuevamente tropezando y valiéndose de las poderosas paredes fue a su encuentro. Pensó en detenerla, pero le parecía arriesgado y estúpido, entonces le habló. ¿Qué hace usted aquí? Alcanzó a decir. Por un momento su extraña voz le pareció aún más rara que la situación en la que estaba envuelto. Se miró a si mismo como si volviera a ver a alguien después de muchos años. Ella se paró un momento, aún sin abril los ojos, y continuó su marcha. Él, con las manos en su cuerpo, se miró extrañamente, levantó su mirada y la despidió con un suave y tosco -Gracias.
Su día posterior no fue normal. Se despertó agitado, la rara sensación nocturna no se había ido y se daba cuenta al fin que nada era un sueño. Su compañera nocturna no estaba, él mimo la había desplazado por los aires justo antes de caer en ensueño. Hacía calor. Adornó el piso con su sobretodo color rutina y caminó violentamente hasta la calle. Cuando salió del callejón varias miradas lo cruzaron de repente, algunas de frente con el entrecejo fruncido, otras de reojo y otras esperaron algunos pasos para girar y mirar. Caminó por la vereda hasta toparse con una vidriera. Un almacén de aparatos para las casas, pensó. Sonaban fuerte las bocinas con lo que parecía ser alguna música clásica, algún recuerdo raro sin comprender le pasó por la mente un segundo en el que pareció acordarse de esa música y cuánto le gustaba. Enseguida miró una vez más a la vidriera. Fijó la vista un poco antes y ahí se vio.
No era nada de lo que esperaba. Él se encontraba por primera vez en tantos añares que ya ni se acordaba cuántos. Se palpaba el cuerpo porque parecía no comprender su aspecto. No era lo que recordaba, no era en absoluto lo que recordaba. Se tocó la cara y la larga y canosa barba que ahora la cubría. Podría haber pasado horas delante de esa vidriera, nadie controló el tiempo, pero el sol que a veces se ponía, esa noche es puso.
El noctámbulo despertó en el callejón, no se acordaba como había llegado ahí, pero nuevamente se despertó recostado sobre su costado derecho, se miró la mano para darle un beso a su compañera nocturna pero esta vez, ella no estaba. La rara sensación hacía rato que lo acompañaba y ya se estaba acostumbrando a ella.
Un reflejo apareció en la calle. Más avivado que nunca y rápidamente se puso de pié y corrió y corrió hasta la calle donde ella lo esperaba.
Era la primera vez que la podía observar nítidamente. Su blanco aspecto y su aura parecían no poder pertenecer a una persona.
Extrañamente él sintió algo que le pareció muy raro, escuchaba la música que había escuchado en el día, se acercó a la vidriera donde él mismo se observó de día y escuchó la música más claramente. -Qué raro. Pensó. Alguien, extrañamente había dejado la música prendida. Mientras estaba ahí parado el reflejo de ella pasaba por la vidriera. Él se dio vuelta. Ella caminaba como volando mientras el noctámbulo se le acercaba. Despacio fue y más despacio aún se animó a tomarle la mano. Ella se detuvo. Caminó hasta estar justo delante de ella. Detenidos en el tiempo mientras la música sonaba de fondo. Él dijo -¿Me permite esta pieza? Segundos, minutos u horas podrían haber pasado, al tiempo, nadie lo controlaba. Él tomó su mano izquierda y la levantó hasta la altura de sus hombros. Ella guió la suya hasta su cintura. Él se acordaba de todo ya y nada le hacía falta.
Le parecía que la música empezaba a sonar cada vez más fuerte. Y así, ella y el noctámbulo, se fundieron en un único e imaginario baile eterno. Sus ojos siguieron cerrados.

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2 comentarios:

  1. hermoso el cuento, es que necesitaba que estubiera en su blog para leerlo xD

    me encanto la descripcion de ella
    y un Él muy interesante por cierto (:

    satyagraha :D

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  2. ya se lo dije. vuelvo a decirselo. bellisimo.

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