jueves, 2 de julio de 2009

doris

Conocí a Doris a los 6 años. Una vez que mamá me llevó al cementerio. “Vamos a ver a la abuela” le gustaba decir a ella. Desde ese día una necesidad de verla me invadió de golpe. Compramos flores frente al cementerio, a mi me gustaban las rosas y los liliums, pero rara vez las comprábamos. A veces mamá compraba siemprevivas, para mi eran horribles. Cruzámos la puerta grande y caminamos por esas callecitas donde un auto pasaba con bastante dificultad. Llegabamos a la piedra larga que tenía escrito el nombre de abuela. A decir verdad me aburría bastante estar ahí parado mirando el pasto.
El jardinero ponía agua en el macetín y yo dejaba a mamá acomodando las flores tranquila. El primer día me escabullí, tanto que cuando me encontro mamá me dejó un recuerdo en la oreja. Pero valió la pena. Crucé una de las callecitas del cementerio y con mucho cuidado me escondí detrás de un árbol, después de otro y de otro más. Mientras jugaba las escondidas conmigo mismo, pude ver a la señora Doris de cerca.
Para mi era una señora grande, como abuela antes de irse. Me escondí más adelante en una casita chiquita rodeada de otras casitas.
Estaba sentada en un banquito chiquito, de madera, tomaba mate de a ratos. Pero lo que más me sorprendió es que hablaba. Entre sorbo y sorbo de ese mate viejo que cebaba con un termo y hablaba, o al menos eso me parecía porque desde donde estaba no podía escucharla. Volví corriendo y me ligué lo que ya conté.
Cuando volví a casa me hice prometer a mi mismo que la próxima vez iba a acercame más a escucharla.
Pasaron semanas antes que volviéramos. Me contuve la boca para no decirle a mamá que ansiaba ir al cementerio, pero finalmente fuimos.
Era el cumpleaños de abuela. Era agosto y hacía frío. Mamá me obligó a poner de esas camperas gruesas que casi no te dejan mover, bufanda y casi me pone un pasamontañas, pero pude convencerla que no.
Pasamos por la florería y ese día sí mamá compró rosas, rojas, de las que me gustaban a mi. Cruzamos la calle y la arcada que separaba la vereda del cementerio. Mamá agarraba con una mano las flores y con otra a mi, pero se notaba que yo quería llegar antes que ella. Llegamos y mamá se dispuso a llamar al jardinero para llenar el macetín con agua para las rosas, esta vez tuvo que llenar dos macetínes porque no entraban todas las flores que había comprado en uno solo. Tuve que esperar un buen rato antes que mamá se distrajera y yo pudiera escabullirme por ahí, pero finalmente lo hizo. Corrí por entre los árboles y las piedras largas, pasé la casa chiquita y la vi. Por un momento tuve miedo que no estuviera pero ahí estaba. Como todos los días. Como cada día. Sentada en su banquito de madera, cebando mate tras mate y entre bombilla y bombilla hablaba. Tenía que ir más adelante. Pasé varias casitas hasta llegar a pocos metros donde estaba la señora Doris. Al principio me pareció muy raro. Hablaba de qué había pasado en la novela del día anterior. -Ana maría se quiere casar con Alfredo, pero no sabe que Alfredo es el hermano. Difícil de olvidar algo tan raro como ese comentario. Enseguida pensé que esa mujer estaba realmente loca y casi que se merecía que nadie la vaya a ver. Por momentos sentía vergüenza de ella y veía a la gente que pasaba mirarla de reojo. Pero me quedé a escuchar tranquilo.
-Me entendés José? Dijo.
Adelante de ella, la piedra. José Ulises Ollers.
En ese preciso momento me acordé de mamá y sus “recuerdos” en la oreja y volví corriendo sabiendo que me esperaba alguna reprimenda. Raro fue ese día. Mamá seguía de pie junto al jardín y la piedra larga de abuela. Cuando llegué le grité mamá! Esperando que no me retara. Varias personas se dieron vuelta al escucharme y me dio vergüenza. Mamá se pasó las manos por la cara y me vio con ojos raros. Me abrazó y me dijo que ya estaba, que vayamos para casa.
A mitad de camino me armé de valor y le pregunté.
-Mamá, esa señora Doris Por qué habla sola?
-No habla sola, habla con el marido, José. Murió hace como un año. Dijo mamá.
Me dió bronca que mamá halla sabido antes que yo porque orgulloso estaba yo de mi descubrimiento.
-Pero qué? Está loca o algo así? Dije con forma de pregunta pero en realidad era un afirmación.
-Seguramente no, dijo mamá. -Está sola.
Ni bien terminó de decirlo sus palabras me parecieron tan claras que me tranquilicé. No quería ser conocido como el chico que expiaba a locos en el cementerio, aunque casi lo era.
Caminamos esas dos cuadras grandes hasta las vías sin hablar. Me quedé pensando en Doris y su fabulosa descripción de lo que pasaba en televisión.
Días más tarde mamá me llevó a la iglesia. No era domingo, ni día festivo, era uno de esos días en que la iglesia no se para que abre. Mamá se sentó en un banquito. Cuando le quise hablar me calló de golpe y me dijo. -Estamos en la iglesia. Claro, pensé, que tonto de mi parte hablar cuando no hay que hablar. Para no quedarme sentado y aburrido caminé por sus pasillos. Había mucho silencio, excepto por los ruidos que venían de afuera. Di toda la vuelta y me encontré adelante de todo. Ahí había una señora muy grande. -Grande como Doris, pensé en ese momento. Tenía los ojos cerrados, estaba arrodillada pero no estaba callada, movía los labios y hablaba bajito. Levanté la mirada y me di cuenta. La mujer, le hablaba a la estatua.
Di toda la vuelta y mamá estaba lista para irse. Me agarró de la mano y salimos.
Pasaron algunas semanas hasta que volvimos a ir al cementerio. Quería ver de nuevo a la señora Doris, pero esta vez, esta vez quería preguntarle algo, pasé días intentando hilar una pregunta cuerda, pero hasta ese momento no tenía ninguna. Eso no iba a impedir que lo haga.
Nos tomamos el colectivo y bajamos dos cuadras antes. Pasamos por la florería, esta vez mamá compró liliums y margaritas. Caminamos esas dos cuadras extensas y entramos. Era de esos días que uno no sabe si está nublado o hay sol. Llegamos donde abuela y mamá instó en llamar al cuidador para que llenara el macetín. A esas alturas yo ya estaba camino a ver a la señora Doris. Tal vez la costumbre de ir hacía que ni me percate que mamá podría ponerme una reprimenda cuando volviera. Pasé los campos, la casa chica y el árbol. Para mi sorpresa la señora Doris no estaba. Llegué a la piedra larga donde ella solía sentarse. Levanté la mirada hacia la izquierda y luego a la derecha y nada. No me había equivocado de lugar, era simple, la señora Doris no estaba. Volví mirando a los costados muy desilucionado y con la sensación rara.
En el camino no dije nada, miraba al piso y callado. Mamá intuyó que me pasaba y me dijo con voz calma. -Te acordás de Doris, la señora grande? -Si, respondí, conteniendo la emoción de hablar de ella. -Lamentablemente falleció, la semana pasada.
Mamá no dijo nada más. Afortunadamente. No hubiera resistido la cronología de su muerte. Me dediqué a caminar triste y en silencio.
Un día después, era sábado y fuimos a la casa de unos primos míos que estaba a dos cuadras de mi casa. Uno de ellos cumplía años.
Casualmente ellos también conocían a Doris, pues ella vivía a solo 3 casas de allí.
Pasaron algunas horas y los varones se empezaron a agrupar enfrente del televisor. Iluso de mí pregunté y me arrepentí -Quién juega? Cómo quién juega? Largentinaa juega. Me respondieron con voz ronca. Por esas razones en las que uno tiene a hacer lo que hace la mayoría me reuní junto a ellos alrededor de la tele. Yo no quería ver fútbol, pero igual lo hice.
Pasaron los minutos y el ambiente se puso tenso. Argentina empezó a perder, uno a cero y los varones empezaron a hablar entre ellos hablando muy fuerte y comentando qué tiene que hacer este. Hablaban al televisor, apuntaban y le gitaban muy de cerca.
De repente, la debacle:
-DALEEE MUERTOOOO CORREEEEE DALEEEE …
y el grito, GOOOOOOOOOOOLLL!!
Me asusté y sorprendí cuando todos gritaron y se pararon. Hasta algunos alcanzaron a abrazarme notoriamente felices. Todo se calmó luego de unos instantes y yo salí de la habitación. Me senté en la ventana de la cocina, estaba lloviendo. Extrañamente me puse a pensar en Doris y decidí que la próxima vez que vaya al cementerio le iba a contar a abuela de mis andanzas y travesuras. Porque ahí si lo comprendí bien, todos hablan con los muertos, el problema está en que a veces les tenés que gritar para que te entiendan.

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